lunes, octubre 03, 2005

comienza

“Dentro del grupo la Maga funcionaba muy mal,
Oliveira se daba cuenta de que prefería ver por separado a todos los del Club,
irse por la calle con Etienne o con Babs,
meterlos en su mundo sin pretender nunca meterlos en su mundo pero metiéndolos…”
Rayuela
Julio Cortázar.


Heme aquí. Creo que estas dos palabras son justas y suficientes para esta bienvenida. Pero, claro, ustedes ya saben, la fascinación por las palabras, y luego estos dedos que no se pueden quedar tan quietos cuando tienen todo un teclado y toda una indeterminada cantidad de hojas por delante.

No, no, de las otras.
Dejemos pues a los dedos correr libremente, y vayamos un poco más allá de las palabras justas y suficientes.
Heme aquí. Sí, aquí, detrás de esa puerta que ustedes ahora podrán abrir cada vez que quieran, para que no sea ya yo quien los meta en mi mundo… no sin pretenderlo, porque supongo que esos largos correos que de vez en cuando les llegaban eran una forma de pretenderlo. Pero sucede que de repente, un día hace ya un buen tiempo, resonó este texto de Cortázar en mi memoria, y luego vino un encuentro casual pero no fortuito con alguien que me introdujo a este, jeje, me introdujo a este mundo del blog… y claro, fue la iluminación. Porque entonces supe que esto era lo que buscaba sin buscar, y casi sin darme cuenta: una puerta a “mi mundo” que ustedes pueden abrir o cerrar a su antojo, o incluso la pueden olvidar, si quieren. La posibilidad de la elección.

Ustedes ya saben, cada cierto tiempo, a intervalos afortunadamente irregulares e impredecibles, sufro el ataque del bichito expresivo, ése que se despierta y me pica con su aguijón de miel, y se apodera de mis dedos y de mi ser.

A veces es miel, a veces es hiel, uno nunca sabe. El caso es que cuando el bichito se despierta y me aguijonea, es como si condensara pensamientos y sentimientos que han volado por mi cabeza y mi espíritu, en un texto que se me aparece como una intención, un impulso, una necesidad. Algunas veces el despertar del bichito me encuentra caminando por la calle o viajando en un colectivo. Otras veces el despertar acaece en medio de las más largas y fatigadas jornadas de trabajo, cuando el día y la noche se confunden, con mi cerebro trabajando al máximo. Estos me parecen son los momentos preferidos por el bichito para su despertar. Me sospecho que esto se debe a que en esos instantes mi sentido de la “seriedad” está tan ocupado en lecturas, análisis y escrituras, y claro, en sus siempre presentes peleas con el computador, o con un párrafo que insiste en ocultar su profundo significado, o con unos datos que se niegan a dejarse manejar dócilmente por Excel, que no tiene tiempo para impedir el despertar, o para evadir el aguijón. Y zas! en medio de mi lectura del importante artículo, o de mi pelea con los “estúpidos” datos, me acuerdo de algo en lo que había estado meditando y me sale un texto que me es tan caro, que no puedo evitar compartirlo. Texto, claro está, inspirado por el bichito.

Pero entonces, algún día me di cuenta que era mi deseo dejar correr libremente todas esas palabras, dejarlas correr por el mundo y que cada cual decidiera si quería encontrarse con ellas o no. En otras palabras, no imponerles un camino, o destino. La razón? A veces yo misma me la pregunto. Es algo extraño, algo que tiene que ver con la metamorfosis que ahora sufro, de nuevo.

Sí, otra metamorfosis. Esa cosa rara que también nos pasa a los seres humanos y que, estoy absolutamente convencida, transitamos por todas las etapas: huevos, larvas, pupas y adultos y vuelta a empezar. Resulta que cada fase contiene en sí misma sus pequeñas metamorfosis, y he aquí que aún cuando tienes la edad que la sociedad considera “adulta”, te pasa que un buen día te encuentras de nuevo en estado de pupa. Otra vez en esa crisálida, con esa especie de necesidad de retirarte del mundo y estar contigo mismo sólo. Oírte, contemplarte, acompañarte. Como dijo mi Sensei: oír los latidos de tu corazón, entenderlos, y controlarlos. O como dijo en otra ocasión: ya me he escuchado y me he entendido, ahora lo puedo escuchar a usted, ahora lo puedo entender a usted.


Y sí, estoy en estado de pupa, de nuevo. Claro, este retiro me implica un silencio, pero no absoluto. Y si bien ando en modo tigre que los contempla y pasa a lo lejos en silencio, persiguiendo su propio paso, de vez en cuando entro en modo gato, y se me da por acercarme y charlar un rato. El caso es que el otro felino también me acompaña, y por esto no me quedo mucho tiempo charlando con ustedes. Pero me quedan por dentro tantas ganas de contarles tantas cosas. Y zas, que viene el bichito expresivo y me mueve los dedos. Y no lo quiero reprimir.

Y para respetar el derecho al libre desarrollo de la personalidad del bichito expresivo, he abierto esta ventana, he construido esta puerta, y la dejo sin llaves, abierta. Para que de vez en cuando se pasen por aquí a saludarlo –al bichito-.





No, no, allá no, acá, detrás de la puerta. Ah, y por favor, no lleven las redes, que el bichito expresivo se asusta ante esos fantasmas come-bichos…






Vengan, y entonces se tomarán un café con él –o bueno, té si prefieren- y estarán sentados un rato mientras contemplan y escuchan al bichito maravilladísimo de tener con quien compartir. En ocasiones será la miel, acaso de repente alguna vez salte la hiel, otros días serán algo que podemos llamar iluminaciones, que al bichito no le faltan. A veces tan sólo una canción que le gustó tanto, un poema, un cuento… o la última aventura en la sala de mi casa. Nunca se sabe.

El caso es que, por fin, la puerta se ha abierto. Y ustedes están aquí. Ustedes, los que han elegido pasar, los que han elegido entrar. Siempre bienvenidos. Heme aquí. Heme aquí para decir y para oír. Heme aquí, yo, aquella que se expresa más y mejor cuando sus dedos se posan en un teclado.

Esta es la puerta. Mí misma el bambú. Detrás de esto hay una historia que, acaso, muy pronto conocerán.